Justo antes de que la pandemia nos cambiara la vida a todos, recuerdo un momento muy especial ligado a la cocina y a mi familia. Mi hijo Perico, que entonces tenía apenas 13 años, tuvo que preparar un trabajo del colegio sobre gastronomía. Lo que empezó como una simple tarea escolar terminó convirtiéndose en una experiencia única: ganó el primer premio con unas mini hamburguesas de aperitivo que dejaron a todo el jurado con la boca abierta.
Lo más bonito de aquel proyecto no fue solo el reconocimiento, sino ver cómo Perico se sumergía en el mundo de la cocina con ilusión, curiosidad y ganas de experimentar. Desde el principio se tomó el reto muy en serio: pensar el plato, elegir los ingredientes, cuidar la presentación y, sobre todo, disfrutar de cada paso. El resultado fueron unas mini hamburguesas tan sabrosas como divertidas, que demostraron que la cocina también puede ser un juego creativo a cualquier edad.
Aquel recuerdo tiene para mí un valor enorme, porque me hizo ver cómo la pasión por la cocina puede transmitirse de generación en generación, a veces sin darnos cuenta. Y también porque sucedió justo en el umbral de un tiempo difícil, como fue la pandemia, cuando la cocina volvió a convertirse en refugio para tantas familias.
Hoy, al recordar esas mini hamburguesas, pienso que más allá del premio, lo importante fue el aprendizaje: cocinar es compartir, crear y disfrutar juntos. Y ese día Perico lo entendió perfectamente.
¡Bon profit!