Mi abuelo, Perico Gual de Torrella de Viala

Hablar de mi abuelo Perico es hablar de una de las personas más importantes de mi vida. No fue solo un abuelo presente y cariñoso, sino también un auténtico mentor, un guía y un padre para mí. Con él aprendí valores, vivencias y pasiones que me acompañarán siempre. Me enseñó a mirar la vida con curiosidad, a disfrutar de cada momento y, sobre todo, me regaló el amor por la cocina.

Viajes que forjaron recuerdos

Juntos recorrimos caminos, ciudades y montañas. Viajamos a Camurac, nuestra casa de Francia, donde las jornadas transcurrían entre naturaleza, paseos y comidas compartidas, Foie, Mirepoix, Belcaire, Castelnaudary donde no podía faltar la mítica cassoulet. También recorrimos distintos rincones de España, y cada viaje era mucho más que un simple desplazamiento: era una aventura llena de anécdotas, conversaciones y risas que se quedaron grabadas en mi memoria.

En aquellos viajes descubrí no solo nuevos paisajes, sino también su manera de vivir el mundo. Él tenía la capacidad de convertir lo cotidiano en especial, de darle importancia a los detalles y de transmitir esa pasión a quienes le acompañábamos. 

La cocina como lugar de unión

Si hay un lugar donde más aprendí a su lado fue en la mesa familiar. Desde bien pequeño, mi abuelo siempre contaba conmigo en las comidas importantes. No importaba si era una celebración en casa o una reunión con amigos: siempre encontraba el modo de llamarme, de hacerme partícipe, de darme un papel en su cocina.

Con él preparé mis primeros platos míticos, esos que todavía hoy me saben a infancia y a complicidad. Juntos cocinábamos el arroz con col, plato humilde pero lleno de sabor, que en sus manos se convertía en un festín. También las verdures compostes, un clásico de la cocina mallorquina que me enseñó a respetar la estacionalidad y el valor de las verduras bien tratadas.

En los inviernos de Camurac, era inevitable que apareciera en la mesa la tartiflette, un plato sabroso y reconfortante que compartíamos después de un día de frío en la montaña. Y como esos, tantos otros guisos, asados y recetas que hoy forman parte de mi identidad culinaria.

Con él entendí que la cocina no era solo preparar comida, sino un lenguaje de amor y unión, un espacio donde compartir y aprender.

Su legado gastronómico

Fue mi abuelo Perico quien me abrió las puertas a este mundo que hoy define gran parte de lo que soy. Me enseñó los primeros secretos de la cocina, esos pequeños gestos que marcan la diferencia entre un plato correcto y uno memorable.

Él fue también quien me introdujo en la Acadèmia de la Cuina i el Vi de Mallorca, de la cual fue presidente y que hoy me honra representar como miembro. Para mí, formar parte de esta institución es mucho más que un reconocimiento: es una manera de continuar su camino, de seguir vivo en la pasión que él me transmitió.

Cada reunión, cada evento, cada plato que preparo está impregnado de su influencia. Cocinar, para mí, es rendirle homenaje día tras día.

Más que un abuelo

Aunque para el mundo era mi abuelo, para mí siempre fue mucho más. Me trató como a un hijo pequeño, como a su ojo derecho. Confiaba en mí para todo, me apoyaba en cada paso y me transmitía esa seguridad tan especial que solo dan las personas que te quieren sin condiciones.

Tuvimos un vínculo único, profundo, difícil de explicar con palabras. Era mi referente, mi consejero y mi compañero. Me enseñó que la familia se construye en los detalles, en estar ahí para el otro, en compartir lo que uno sabe con generosidad.

El vacío y el recuerdo

Su partida, el 1 de octubre de 2019, dejó un vacío enorme, imposible de llenar. Durante un tiempo, la sensación de ausencia fue muy fuerte, como si faltara una parte esencial de mí. Pero con los años comprendí que su huella sigue viva, en mis recuerdos, en mis actos y en mi forma de cocinar.

Hoy, cada vez que entro en una cocina, siento que su espíritu me acompaña. Y cuando preparo una comida para familiares o amigos, inevitablemente me vienen a la memoria esos momentos: el arroz con col que cocinábamos juntos, las verdures compostes llenas de matices, la tartiflette de los inviernos fríos… Cada receta es un puente hacia él, un recordatorio de que nunca se ha ido del todo.

Siempre con nosotros

Mi abuelo Perico nos enseñó que la cocina, como la vida, se construye con paciencia, cariño y dedicación. Que no importa tanto el lujo de los ingredientes como el amor con que se preparan.

Su recuerdo está presente en cada plato, en cada viaje, en cada reunión familiar. Y aunque ya no esté físicamente, sé que nos sigue acompañando, porque quienes dejan una huella tan profunda nunca se van del todo.

Este blog, un homenaje a Perico

Este blog o como lo querráis llamar no es solo un espacio para hablar de cocina, viajes o experiencias. Es, ante todo, un homenaje a mi abuelo Perico. Cada palabra, cada receta y cada recuerdo que comparto aquí están inspirados en lo que él me enseñó.

Es mi manera de mantenerlo vivo, de agradecerle todo lo que hizo por mí y de transmitir a los demás ese amor por la gastronomía y por la vida que él supo inculcarme. Porque este blog, en realidad, es su legado contado a través de mis ojos, y una forma de que su memoria siga acompañándonos siempre.

Te queremos mucho abuelo y te echamos mucho de menos.

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