Entre los aromas que aún recuerdo con nostalgia, hay uno que siempre me transporta directamente a la cocina de mi abuelo Perico: el olor de los caracoles con manitas de cerdo cocinándose lentamente, llenando cada rincón de su hogar con promesas de sabor y de reunión familiar. Para él, la cocina no era solo un espacio de preparación de alimentos, sino un lugar de encuentro, de transmisión de conocimientos, de paciencia y de cariño.
Curiosamente, mi abuelo nunca fue un gran amante de la casquería. Siempre decía que no era de sus favoritos, y que prefería los platos más sencillos. Sin embargo, cuando se preparaba con mimo y dedicación, sabía apreciar la complejidad de un plato bien hecho. Los caracoles con manitas de cerdo eran un ejemplo perfecto: un guiso que, al primer vistazo, podía parecer modesto, pero que, al probarlo, se revelaba profundo, reconfortante y lleno de matices.
Lo más fascinante de este plato era cómo se transformaba mientras se cocinaba. A medida que el calor hacía su magia, los aromas se mezclaban lentamente, creando una sensación de hogar y tradición que llenaba la cocina. Cada cucharada ofrecía un juego de texturas: partes suaves y melosas, que se deshacían casi al contacto con la lengua, contrastando con otras más consistentes, que exigían un bocado pausado, disfrutando de cada detalle. La experiencia no era solo gustativa; era también táctil y olfativa, una inmersión completa en un universo de sabores que parecían contar historias de tiempo, paciencia y cuidado.
Sentarse a la mesa para disfrutar de este plato era un ritual. La espera mientras se servía, el humo que aún se desprendía del guiso, la mezcla de aromas intensos y reconfortantes: todo contribuía a la anticipación, haciendo que el primer bocado fuera un momento casi ceremonial. Era un plato que reunía generaciones, que hablaba de familia, de paciencia y de amor por la buena comida. Ver cómo mi abuelo, a pesar de no ser amante de la casquería, cerraba los ojos y disfrutaba de cada cucharada, me enseñó que el arte de cocinar no está solo en la elección de los ingredientes, sino en la dedicación, el tiempo y el respeto por lo que se está creando.
Hoy, al recordar estos momentos y escribir sobre ellos, siento que este blog es un homenaje a mi abuelo Perico: a su sabiduría, a su paciencia y a su manera de enseñar que cocinar es también una forma de amar y compartir. Los caracoles con manitas de cerdo son más que un plato; son un recuerdo vivo, una tradición que habla de hogar, de historias pasadas y de la magia que se puede encontrar en cada gesto de la cocina.
Ingredientes para 4 personas:
- 2 manitas de cerdo cortados en 4 trozos
- 250 kg de caracoles ya limpios y hervidos con hierbas aromáticas
- 1 cebollas
- 2 tomates
- Hierbas aromáticas (laurel, tomillo, romero)
- 1 vasito de vino rancio
- 1,5 litros de jugo de cerdo
- Aceite
- Ajos
- Galletas de Inca
- Mantequilla
Elaboración:
1. Primero limpiamos los caracoles, los cebamos y los hervimos en varias aguas: la primera y la segunda con hierbas aromáticas, y luego en una base de caldo de cerdo hasta que los caracoles estén cocidos.
2. Marcamos los pies de cerdo, salpimentados, con aceite en una cazuela o en una olla grande. Se reservan bien dorados.
3. En el mismo aceite hacemos un sofrito de cebolla cortada en brunoise con las hierbas aromáticas, y cuando esté dorada añadimos el tomate.
Cuando esté confitado, agregamos el vino rancio y dejamos reducir unos minutos.
4. Volvemos a poner los pies de cerdo en la olla y añadimos el jugo de cerdo, dejándolo entre 3 horas y media y 4 horas a fuego lento, hasta que los pies queden muy tiernos.
5. Pasado el tiempo, retiramos los pies de cerdo, los deshuesamos si es posible, y los volvemos a poner en la olla junto con los caracoles y una picada de ajo y galleta de Inca durante unos 30-45 minutos más, para reducir la salsa.
6. Al final, para darle brillo y textura a la salsa, añadimos mantequilla y dejamos unos minutos más.
Servimos bien caliente.
¡Bon profit!