El rostit humit que prepara mi suegra María es uno de esos platos que no se olvidan. Desde el momento en que empieza a cocinarse, se percibe que no es una receta cualquiera: es tradición, cariño y paciencia concentrados en cada ingrediente. La paletilla de cordero, jugosa y con la grasa justa, se va dorando lentamente mientras las verduras —cebolla, apio, zanahoria, tomate maduro, ajo y, a veces, puerro o pimiento— liberan sus aromas. La cocina se llena de un perfume cálido, reconfortante, que anticipa la intensidad y el sabor que nos espera en la mesa.
Lo que más me fascina es la forma en que María maneja los tiempos. Cada paso tiene su importancia: pochar las verduras lentamente para que se confiten, marcar la carne justo hasta que su superficie quede dorada y, luego, dejar que todo repose a fuego lento hasta que los jugos se mezclen con el caldo o el vino, creando una salsa profunda, brillante y llena de matices. Esa combinación de carne tierna y salsa concentrada convierte cada bocado en un estallido de sabor, donde se nota la paciencia y el cuidado que María pone en todo momento.
La magia del plato está en el equilibrio de sabores. La paletilla tiene todo el carácter y la potencia que se espera de un buen cordero, mientras que las verduras aportan suavidad y dulzura, equilibrando cada bocado. Y la salsa… ¡la salsa es un espectáculo por sí sola! Mojar pan en ella es casi un ritual, porque recoge y amplifica todo lo que el guiso ofrece: el aroma del cordero, la dulzura de la cebolla, la intensidad del tomate y el ligero toque del ajo.
Cada vez que el rostit humit llega a la mesa, se convierte en el centro de atención. La gente no puede evitar comentar lo delicioso que está, y todos terminamos participando del plato, compartiendo y disfrutando del sabor que une a todos los comensales. Es un guiso que alimenta, sí, pero también que crea recuerdos y transmite la calidez de la cocina familiar.
Para mí, el rostit humit de María no es solo un plato, es una experiencia: una lección de paciencia, respeto por los ingredientes y amor por la cocina. Comerlo me recuerda que lo más sencillo, cuando se hace con cariño, puede convertirse en algo extraordinario. Cada bocado es una invitación a disfrutar despacio, a saborear la carne deshaciéndose en la boca, a sentir cómo las verduras aportan textura y aroma, y a dejar que la salsa envuelva todo con su intensidad.
Al final, este plato es mucho más que cordero y verduras; es memoria, hogar y afecto, un homenaje a la cocina de siempre y un recordatorio de que, a veces, los mejores sabores nacen de la paciencia, la dedicación y el corazón con el que se cocinan.
Ingredientes para 6 personas:
- 1 kg de paletilla de cordero
- 2 puerros
- 2 cebollas
- 3 zanahorias
- 1 ramita de apio
- 1 pimiento rojo (opcional)
- 3 tomates de ramillete
- 4 ó 5 dientes de ajo
- 1 hoja laurel
- 1 ramillete de hierbas aromáticas
- Vino rancio o vino blanco
- Redaño de cerdo (mantellina)
- Kikos para la decoración
- Aceite de ajo y perejil
Para el macerado
- 1 kg de sal
- 250 gr de azúcar
- Hojas de salvia
- Hojas de romero
- 2 ó 3 dientes de ajo
- Pimienta negra
Elaboración:
1. En primer lugar cubrimos la paletilla de cordero con la mezcla del macerado durante 6 horas. Una vez macerada, la pasamos por agua, las dejamos bien limpias y las escurrimos. Las doramos en una sartén con un poco de aceite de oliva y las ponemos en una cazuela juntamente con las verduras cortadas no demasiado grandes y lo tapamos todo.
2. Lo metemos en el horno durante unas 2 horas a 180ºC.
3. Vamos vigilando que la carne no se reseque y la cubrimos con sus propios jugos. Es importante que haya una buena cantidad de salsa ya que luego tendremos que reducirla.
4. Una vez cocidas, reservamos las verduras y el jugo por otro lado y deshuesamos la paletilla. Hacemos raciones las cuales las iremos envolviendo en un redaño de cerdo (tipo de tela) para que quede compacto.
5. Pondremos el cordero deshuesado y algunas de las verduras de la cocción. Fijarse que el redaño no se rompa ya que hay que volverlo a meter en el horno y si no está bien cerrado se puede abrir.
6. Lo metemos al horno otra vez a unos 200ºC con las verduras de la cocción y lo vamos pintando con sus jugos cada 5 minutos hasta que se consiga un aspecto dorado y jugoso.
7. Los jugos que hemos guardado los reducimos a fin que concentren el sabor.
8. Cuando está dorado lo emplatamos con las verduras de la cocción y el jugo reducido. Acabamos el plato con los kikos triturados y aceite de perejil.
¡Bon profit!