Hay platos que no solo se comen: se veneran. Y el lechazo al horno, esa joya de la cocina castellana, es uno de ellos. Un manjar que no busca sorprender con artificios ni alardes modernos; su grandeza está en la simplicidad reverente con la que se trata un producto único. Carne tierna, casi láctea, tiempo, fuego y paciencia. Nada más. Nada menos.
El lechazo es cocina ancestral, una receta que nació entre pastores y campos dorados por el sol, donde el ritmo de la vida lo marcaba la tierra y no el reloj. Se remonta a los fogones humildes de Castilla, donde se entendió que un buen cordero y un horno de leña bastaban para crear algo profundamente emocionante. Y así, poco a poco, se convirtió en tradición, en símbolo, en celebración.
Quien haya vivido la experiencia de sentarse a la mesa frente a una fuente con lechazo recién salido del horno, sabe que es un momento que impone respeto. Esa piel dorada y crujiente que parece papel quebradizo. El aroma que te envuelve antes incluso de ver el plato. Y luego, el milagro de esa carne tan tierna que no necesita cuchillo, que se separa sola, casi con un suspiro.
No hay trucos. No hay secretos ocultos. Solo el poder transformador de la pureza culinaria, del fuego lento y del producto perfecto. El lechazo es una lección silenciosa para quienes amamos cocinar: cuando el origen es noble, la mejor intervención es la mínima.
Siempre que lo pruebo, siento lo mismo: esa mezcla de respeto y gratitud. Gratitud por una tradición que ha sabido mantenerse viva sin ceder a modas pasajeras; respeto por quienes la han preservado generación tras generación, en casas de piedra y hornos que nunca han dejado de arder.
Es un plato que te obliga a parar, a disfrutar, a mirar alrededor y compartir el pan con quienes tienes al lado. Porque el lechazo no se come solo: se celebra.
Y cada vez que lo saboreo, entiendo que hay platos que nunca deben cambiar. Que nacieron perfectos y así deben seguir. Que no compiten con el tiempo, sino que lo trascienden.
El lechazo al horno es eso: eternidad servida en fuente de barro.
Ingredientes (para unas 4 personas):
- 2 cuartos de lechazo raza churra
- Manteca
- Agua
- Sal
Elaboración:
1. Este plato plano no tiene ningún misterio. Precalentamos el horno a 180ºC.
2. Disolvemos una cucharada de sal en agua.
3. Untamos manteca de cerdo por todo el lechazo.
4. En una besuguera disponemos de unos sarmientos para que las piezas de carne no toquen el fondo.
5. Ponemos los cuartos con las costillas para arriba y rociamos con el agua mezclada con agua.
6. Asamos unos 90 minutos y luego le damos la vuelta unos 30-40 minutos más dependiendo de lo dorado que esté el lechazo.
Iremos rociando con los jugos de cocción por todo el lechazo. Si vemos que se queda sin agua le añadimos más. El agua hará que quede jugoso y no se reseque.
Se puede acompañar con patatas al horno y ensalada verde.
¡Bon profit!