Hay postres que son mucho más que dulces al final de una comida. Las islas flotantes son uno de esos tesoros que en mi familia siempre han tenido un lugar especial gracias a Margarita, la prima de mi suegra. Ella las preparaba con esa calma y ese cariño que transformaban un plato sencillo en un recuerdo inolvidable. Hoy, cada vez que pienso en ellas, no puedo evitar sentir un nudo en la garganta: Margarita nos dejó hace años, pero su postre sigue flotando en nuestra memoria como esas nubes blancas sobre el mar de crema inglesa.
Las islas flotantes tienen algo poético. La suavidad del merengue, ligero y etéreo, parece desafiar la gravedad al posarse sobre la crema aterciopelada. Y en esa imagen hay algo de metáfora: así eran también los momentos con Margarita, ligeros y dulces, con un trasfondo cálido que te envolvía sin darte cuenta.
Recuerdo especialmente una reunión familiar en la que decidimos recrear su postre en su memoria. Fue un gesto pequeño, pero lleno de significado. Mientras batíamos las claras, alguien contaba una anécdota suya; mientras hervía la leche, aparecían recuerdos de su risa, de su forma de estar siempre pendiente de los demás. Y cuando por fin llevamos las islas a la mesa, no eran solo un postre: eran ella, de alguna manera presente entre nosotros, como si ese sabor nos la devolviera aunque fuera por un instante.
Comer aquellas islas flotantes fue como viajar atrás en el tiempo, como sentarse otra vez en una mesa donde ella estaba al mando de la cocina, guiándonos con paciencia y amor. Fue un homenaje sencillo, pero profundo, porque la cocina tiene esa magia: nos permite mantener vivos a quienes amamos a través de lo que nos enseñaron, de lo que compartieron con nosotros.
Hoy, cada vez que pienso en las islas flotantes, no solo veo un postre clásico de la tradición francesa. Veo a Margarita, su sonrisa, su manera de unir a la familia alrededor de la mesa. Veo el poder que tiene la comida para trascender la ausencia y convertirla en presencia, en recuerdo, en emoción.
Y por eso, para mí, las islas flotantes son más que un postre: son un legado. Una forma de decir que mientras alguien recree sus recetas, Margarita nunca dejará de estar con nosotros.